Perdió el conocimiento durante, exactamente, 2 minutos y 17 segundos. Experimentó algo así como un viaje al futuro y cuando despertó supo que tenía que escribir. Escribir sobre qué se preguntó al principio, pero poco a poco aquello que le fue revelado durante el desmayo tomó forma en un mural repleto de referencias literarias que se entretejían a través de distintas líneas interpretativas: aventura y apertura al mundo, interioridad, el hombre y la historia, lo cotidiano, la
irracionalidaded, paradojas terminales... Estaba en juego la novela, el arte del olvido del ser, y, sin saber muy bien por qué motivo, el destino le había puesto en la encrucijada para iluminar el mundo de las letras.
Consideró la novela desde su génesis y llegó a distintas conclusiones, pero se olvidó de cotejar sus teorías en la red, de haberlo hecho se hubiera dado cuenta que todo era un juego, que el progreso estaba de la mano de la novela, que el hombre olvidado podría redimir la muerte, la de la novela, porqué el tiempo, dos
minutos y diecisiete segundos, le habían engañado en un sueño de pensamientos confusos y
meciánicos. La historia de las artes debe ser considerada en comunión a la historia del hombre y sus
circunstancias. Nada que pedir al futuro, porque el tiempo, en la actualidad, es
simultaniedad y la realidad una verdad tan relativa como la de la muerte de la novela, tan expansiva como una amplia red telemática.