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(Casi las cuatro de la mañana y sin sueño. Fumo un cigarro más y sigo dando vueltas a mis proyectos. Repaso la biblioteca, de nuevo pendiente de reorganizarse, y no encuentro el libro que buscaba. Borré, por descuido, el programa con el registro, aún inacabado, de los libros que me pertenecen. Sé que allí apunté a quien presté el libro, me acuerdo del momento en que lo apunté, pero no del nombre de la persona. No importa, sé que el fragmento que me gustaría volver a leer está citado en un trabajo que me entretuvo hace unos tres años. Es entonces cuando paso de la biblioteca física a la biblioteca virtual, hurgo carpeta tras carpeta y encuentro el trabajo y lo leo y no me gusta. Una buena tesis y una buena síntesis, pero un mal redactado. Detecto las prisas del momento y el desajuste de algunos términos. No sé qué es lo que ha cambiado, pero ha cambiado alguna cosa: al fin me expandí. Siempre he tenido una inteligencia punzante, aunque no siempre he sabido comunicarla. Casi tres años después me doy cuenta de lo mucho que he aprendido, de como he conseguido ajustar el pensamiento a la palabra y de cuantas puertas he podido abrir con ello y sé que no me refiero solamente al ámbito académico. Esto no es literatura, pero, en esencia, sé que es uno de sus pilares. Algo ha cambiado y me viene bien recordarlo.)