11 de novembre 2009

Promenade -toujours la même-

He observado en las vicisitudes de una larga vida que las épocas de los más dulces gozos  de los placeres más vivos no son, sin embargo, aquellas que cuyo recuerdo me atrae y me afecta más. Estos cortos momentos de delirio  de pasión, por vívidos que puedan ser, no son, sin embargo, y de ahí su vividez misma, más que puntos desparramados en la línea de la vida. Son demasiado escasos y demasiado rápidos para construir un estado, y la felicidad que mi corazón echa de menos no está compuesta de instantes fugaces, sino de un estado simple y permanente que nada tiene de vivo en sí mismo, pero cuya duración acrecienta el encanto hasta el punto de encontrar en él por fin la felicidad suprema. 
Todo está en flujo continuo sobre la tierra. Nada en ella guarda una forma constante y fija, y nuestros afectos que e vinculan a las cosas exteriores pasan y cambian necesariamente como ellas. Siempre por delante o por detrás de nosotros, recuerdan el pasado que ya no es o previenen el futuro que con frecuencia no será; no hay ahí nada de sólido a lo que el corazón pueda ligarse. Tampoco aquí abajo hay otra cosa más que el placer que pasa; en cuanto la felicidad que dura, dudo que sea conocida. Apenas hay en nuestros goces más vivos un instante en que el corazón pueda decirnos: "Quisiera que este instante durara siempre". ¿Y cómo puede llamar felicidad a un estado fugaz que nos deja además el corazón inquieto y vacío, que nos hace añorar alguna cosa anterior, o desear alguna futura?
Pero si es un estado el el que el alma encuentra un asiento lo suficientemente sólido para descansar toda entera y reunir allí todo su ser, sin tener necesidad de recordar el pasado ni saltar sobre el provenir; en el que el tiempo no sea nada para ella, en el que el presente dure siempre sin marcar, no obstante, su duración y sin huella alguna de sucesión, sin más sentimiento de privación ni goce de placer ni pena, de deseo no temor que el único de nuestra existencia,  que ste sentimiento sólo pueda colmarla toda entera... mientras tal estado dure, quien se encuentre en él puede llamarse feliz no de una felicidad imperfecta, pobre y relativa, tal la que se encuentra en los placeres de la vida, sino de una felicidad suficiente, perfecta y plena, que no deja en el alma ningún vacío que ella misma sienta la necesidad de colmar. 
Las ensoñaciones del paseante solitario, Jean-Jacques Rousseau.