16 de novembre 2009

Trabajando con Gaiman

Paseaba o subía a un autobús. Contemplaba la ciudad, y eso le hacía feliz.
Unas marcas en la pared sobre la puerta de una casa abandonada, un brillante destello de luz del sol reflejada en las rejas del parque, que las convertía en fieras lanzas que protegían la hierba verde y los niños que corrían; una tumba en el patio de una iglesia, erosionada por la lluvia, el viento  el tiempo; hasta hacer desaparecer las palabras de la piedra, pero donde los líquenes y musgos aún dibujaban letras de alfabetos olvidados... 
Todas estas vistas, y muchas más, atesoraba y coleccionaba. 
Robert veía la ciudad como una enorme joya, y los minúsculos momentos de realidad que hallaba a la hora de almorzar, facetas deslumbrantes de la totalidad. 
[¿Existe alguien en el mundo que no sueñe? ¿Quién no contiene en su interior mundos no imaginados?]
The Sandman, vol. VIII:"El fin de los mundos".