04 de gener 2009

Cromatismos sentimentales (II)

Intenta dar nombre a cada uno de los colores que pueblan su cabeza, pero sabe que las palabras no están a la altura de las tonalidades de la realidad. Es en su piel donde se cifra la auténtica nomenclatura de los colores vividos, donde se revela el solipsismo sentimental que la traduce y la conecta. Le gusta la idea del eterno retorno y también aquello de que no nos bañamos dos veces en el mismo río. Quizá por eso los colores van mutando con el tiempo. Uno siempre puede volver a ellos, pero tras cada visita al naranja, éste se mezcla con otros colores y, siendo aún naranja, ya no es el naranja orange original; ya nunca lo fue. Acomodada en la cama, echa un vistazo a la habitación. Se reconoce en los distintos mundos de su mundo,donde los vestigios del pasado conviven con las últimas adquisiciones. Tirados en la cama, un par de libros y el jersey morado, en la mesilla, el ordenador. Lo enciende y consulta el correo, navega de carpeta en carpeta y cambia el fondo de pantalla del escritorio. Recordaba el cerezo con su ramaje rojizo al borde del camino, pero hoy la fotografía parece gastada. Pasó el otoño y, en los píxeles de la pantalla, el cerezo posa bajo un manto de verdín, llegó el invierno y el temporal; sucedió el futuro de aquel instante. El tiempo siguió y sigue avanzando en presente, transformándose en pasado y, a su vez, en futuro. El borde del camino se teñirá de blanco y rosado y rojo incendiado. Está por llegar le temps des cerises, quizás también el rojizo de los cerezos en otoño, en un día de brisa suave.