Cromatismos sentimentales (I)

Deja pasar las horas, la música le acompaña. Suena un blues melancólico, casi negro, azul oscuro con reflejos rojizos. Hay una paleta de colores en su cabeza, las notas se deslizan en la superficie de su piel dibujando un mapa de pequeños placeres y algunas dudas. Negro de espacio vacío, azul oscuro de mar adentro y el rojizo de los cerezos en otoño, en un día de brisa suave. La luz se filtra con dificultad por la ventana de la habitación, la lluvia y el temporal de estos días empañaron los cristales con una mezcla de sal y polvo, puede que también de barro. Por la noche, la humedad añade ingredientes a la mezcla y el resultado es una luz blanquecina que se cuela en la habitación y que recorta el perfil, casi en negativo, de la parabólica del vecino de enfrente. La tecnología acerca y distancia el mundo de otros mundos. Ayer recibió un regalo vía facebook, una bonita canción de voz dulzona. Alguien le felicitó el año nuevo y aprovechó para obsequiarle con los segundos musicales que ocupan los últimos minutos, que se repiten sin pausa: una y otra vez la misma canción de voz dulzona. A veces le parece que está en un dejà vu constante, que está ligada a un ciclo de lugares comunes que no puede o no sabe trascender. Otras veces aprecia lo que se repite, porque en la repetición encuentra fragmentos de identidad. Se sabe múltiple, como aquellas otras veces en las que se disfraza de alteridad y no es ella, sino otros. No puede apearse, en ella está la repetición y la alteridad y el automatismo; tiene algo de deriva, el azul oscuro de mar adentro.